lunes, 12 de mayo de 2025

LA PRUEBA DE IAIJUTSU. Relato inspirado en La Leyenda de los Cinco Anillos

La prueba de Iaijutsu

Relato inspirado en La Leyenda de los Cinco Anillos


Ambientado en el prestigioso Campeonato Topacio, este relato nos sumerge en la importancia de obtener el gempukku, un hito que define a los jóvenes aspirantes a alcanzar su mayoría de edad. Tras la prueba del debate, donde Shuro y Dojiro forjaron una amistad basada en respeto y admiración, el destino los lleva de nuevo al campo de honor, pero esta vez como oponentes en la prueba de Iaijutsu.



Relato completo

    El sol ascendía sobre Tsuma, proyectando destellos dorados en los tejadosazules del Palacio Kakita. Banderas ondeaban con el monde cada clan, formando un mar de colores alzado sobre las cabezas de la multitud. El aroma de dulces fritos, té recién hecho y especias flotaba en el aire. Los habitantes de la ciudad se congregaban en los graderíos improvisados, los cuales se instalaron para la última prueba del campeonato.

    En el centro del patio, un círculo de piedra blanca delimitaba el área de combate. Alrededor, las gradas de madera se dividían en secciones. En los lugares de honor, más altos y adornados con estandartes, se sentaban los daimios, embajadores y organizadores del Campeonato Topacio. Más abajo, los samuráis y oficiales observaban con atención, mientras, en la zona más cercana al portón principal del palacio, los heimin se apretujaban para conseguir un mejor ángulo de visión.

    Los aspirantes al gempukku, vestidos con kimonos impecables, aguardaban su turno. Entre ellos, Kitsuki Shuro, con su porte sereno y mirada perspicaz, analizaba a sus compañeros. Su vista recorrió a los shugenja participantes en los duelos de magia. Su corazón se encogió al notar la ausencia de Iuchi Dojiro. Sabía que para participar en el Taryu-Jiai los shugenjas ya debían tener los suficientes puntos del rito de mayoría de edad. «Todavía le faltan...», pensó con una punzada de inquietud.

    Cuando terminaron los duelos de magia, llegó el turno del torneo de Iaijutsu. Los dieciséis aspirantes tomaron sus posiciones en el gran patio del Palacio Kakita, donde los jueces ya esperaban. La tensión era palpable, porque cada victoria sumaba dos puntos y era habitual que el vencedor de esta prueba fuera nombrado Campeón Topacio. Los espectadores susurraban entre ellos, evaluando las posibilidades de los competidores.

    Kitsuki Shuro sintió cómo su corazón se aceleraba cuando escuchó su propio nombre. Su primer enfrentamiento sería contra Shiba Tae, una bushi del Clan Fénix. Sabía que sus posibilidades eran escasas. Tae tenía el porte de una guerrera consumada. El cortesano del Clan Dragón tragó saliva y tomó su bokken con firmeza. La paciencia sería su única aliada.

    Desde el primer cruce de espadas, la diferencia entre ambos quedó clara. Tae atacaba con precisión, sin vacilaciones. Shuro se vio obligado a retroceder, esquivando y bloqueando cada golpe. Sentía la mirada del público sobre él, como si los espectadores esperaran su inevitable derrota.

    «No puedo vencerla en fuerza ni velocidad», pensó, agudizando sus sentidos. En la escuela Kitsuki le habían enseñado cómo la observación era la clave de toda estrategia. Analizó cada movimiento de Tae, su respiración, los ajustes en su postura. Esperó. Y cuando la Fénix cometió un pequeño error, un descuido casi imperceptible, Shuro aprovechó la apertura.


    Su bokken impactó en el costado de Tae antes de que ella pudiera reaccionar. Un instante de silencio se apoderó del patio, hasta que el juez levantó la mano.

    —Victoria para Kitsuki Shuro.

    El joven soltó el aire contenido, consciente de haber ganado por un golpe de fortuna más que por habilidad. Pero no había tiempo para celebraciones. En el siguiente combate, el nombre de Matsu Aki resonó en el aire: se enfrentaría a Iuchi Dojiro.

    Shuro sintió un nudo en el estómago. Conocía bien a Aki, su fuerza, su confianza. Y sabía que a Dojiro le faltaban puntos. Si perdía, no lograría su gempukku.

    El samurái del Clan León se mostró relajado al principio, confiado en su victoria. Cuando el juez dio la señal, cargó con la fuerza de su linaje, buscando arrollar a su oponente con un solo movimiento. Dojiro esperó.

    El silencio se extendió como una sombra sobre el patio.

    Y en el último momento, cuando el impacto parecía inminente, la shugenja del Clan Unicornio desenvainó con una precisión quirúrgica. Su bokken golpeó el muslo de Aki antes de que él llegara a tocarla. El impacto hizo al León tropezar. Un segundo después, el eco de la madera selló su derrota.

    El público permaneció unos instantes en silencio. Luego, una ola de aplausos se desató por todo el patio. Dojiro quedó paralizada, con la sorpresa pintada en su rostro. Apenas podía creerlo.

    Aki se inclinó con respeto, pero sus ojos ardían con la humillación. Su derrota no había sido solo un fallo, sino una falta ante su clan.

    Cuando la primera ronda terminó, los aspirantes que aún quedaban en la contienda avanzaron hacia el centro del patio. El sol se encontraba en su cenit, proyectando sombras nítidas sobre el suelo de piedra. Las miradas se cruzaban, algunos con determinación, otros con duda. Eran conscientes: estos enfrentamientos definirían su destino.

    El siguiente duelo detuvo los murmullos de la multitud. Kitsuki Shuro se enfrentaba a Iuchi Dojiro, la shugenja del Clan Unicornio.

    Desde el debate, los dos jóvenes habían forjado un lazo especial. Una amistad basada en el respeto, la admiración, la honestidad. Pero ahora, en el centro del patio, la tradición les exigía enfrentarse.

    Cuando sus nombres fueron anunciados, Shuro miró a Dojiro y vio una mezcla de sorpresa y nerviosismo en sus ojos oscuros.

    «Si pierde, no obtendrá su gempukku», pensó Shuro.

    El honor de su amiga estaba en juego. Su futuro dependía de este combate.

    No dudó.

    Con una reverencia profunda, declinó el enfrentamiento.

    Un murmullo de asombro recorrió la audiencia. Era un gesto de honor.

    Dojiro se quedó inmóvil, sin saber cómo reaccionar. Pero cuando sus ojos se encontraron con los de Shuro, comprendió su decisión.

    No era lástima. No era debilidad. Era amistad.

    Con una leve sonrisa, la shugenja aceptó la victoria. Su gempukku estaba asegurado.

    El público irrumpió en aplausos. No por la batalla, sino por el gesto.


    Shuro no olvidaría jamás la mirada agradecida de Dojiro. Tampoco el peso de su elección. En un mundo donde el honor era más fuerte que el acero, él había elegido algo aún más poderoso: el valor de la amistad.

Gracias por leer,

Un saludo


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