lunes, 7 de abril de 2025

LA FORTALEZA DEL VALLE OLVIDADO. Relato de fantasía oscura

La fortaleza del Valle Olvidado

Relato de fantasía oscura


La fortaleza del valle olvidado nos adentra en un mundo de decadencia y misterio, donde los muros que antaño fueron bastiones de honor, hoy apenas contienen la humedad, el musgo y los rumores de criaturas entre la niebla.



Relato completo

    Arlen descendió con cuidado los escalones de piedra desgastados. Cada uno tenía marcas de surcos, esculpidos por las botas de los soldados y el paso de los años. La humedad había dejado una capa verdosa en las esquinas, además de un brillo resbaladizo que convertía el descenso en una prueba de equilibrio. El aire traía consigo el olor acre de madera húmeda, estiércol y grasa quemada.

    La fortaleza parecía un gigante cansado. Sus muros de piedra, ennegrecidos por el tiempo y la falta de mantenimiento, mostraban grietas de distinta longitud. Las almenas estaban incompletas, con huecos donde antes la piedra era sólida. En los patios interiores, soldados con capas raídas y botas remendadas caminaban sin prisa.

    Los barracones, construidos en madera de nogal, se inclinaban ligeramente hacia un lado, debido a la constante humedad de las tormentas. Las ventanas, cubiertas con tela gruesa en lugar de vidrio, dejaban escapar los sonidos del interior: ronquidos, risas ahogadas, el crujido de camas. Desde la cocina cercana llegaba un olor agrio, mezcla de carne salada y cebollas a medio cocer. El fuego que las guisaba crepitaba con desgana, alimentado por leña húmeda.

    En el centro del patio, un grupo de mercenarios intercambiaba monedas. Uno de ellos, con un cuchillo en la mano, cortaba un pedazo de queso duro para distribuirlo entre sus compañeros; acompañaban la comida con tragos de un licor barato que compartían en una petaca metálica.

    El estandarte de los Cruzados Grises colgaba sobre la puerta principal del edificio central. Los colores, antaño vivos, se habían desvanecido, dejando una tela pálida que ondeaba con dificultad en el viento. Era un símbolo vacío, un recordatorio de glorias pasadas. Arlen se detuvo un momento frente a él, apretando los labios.

    Al entrar quedó abrumado por el olor a aceite, sudor y hierro. En las esquinas se amontonaban barriles de agua, con telas empapadas colgando de sus bordes. Los escuderos, jóvenes y ruidosos, se movían entre las mesas de trabajo, cargando espadas melladas y armaduras con abollones; se habían usado en muchas batallas simuladas.

    Arlen caminaba entre los otros escuderos con la capa aún húmeda de la bruma de la muralla. Sus botas, cubiertas de barro seco, crujieron contra el suelo de piedra. Miró alrededor, buscando a los suyos entre el bullicio.

    En una de las mesas, Cassia estaba limpiando su arco. Lo hacía con movimientos precisos. Un paño manchado de aceite recorría la madera oscura, resaltando los grabados que decoraban su superficie. Las flechas descansaban en el carcaj junto a ella, con sus puntas afiladas brillando bajo la luz de las antorchas.
    —Tómate tu tiempo, Cassia —bromeó Roldán, sentado frente a ella. Sus manos enormes sostenían un pedazo de pan duro; lo partió con un crujido seco antes de llevárselo a la boca—. Quizás algún día dispararás más rápido de lo que tardas en prepararte.

    Cassia levantó la vista, con una sonrisa maliciosa.

    —Prefiero disparar lento, pero acertar, Roldán. No todos podemos cargar de frente como un toro.

    El muchacho rio, golpeando la mesa con una mano. Su cabello oscuro y desordenado se ataba en una coleta que apenas contenía los mechones rebeldes. Vestía una armadura de cuero ajustada, con señales de haber sido remendada más de una vez. Parecía disfrutar del caos a su alrededor, como si nada en el mundo pudiera preocuparlo demasiado.

    Keon estaba en un lateral, inclinado sobre un pergamino extendido. Su postura era rígida, casi demasiado perfecta, como si cada movimiento estuviera calculado. Llevaba una túnica gris en contraste con las armaduras de los demás. Sus dedos delgados sostenían una pluma; la giraba entre ellos mientras leía. De vez en cuando, empujaba sus anteojos redondos con el dorso de la mano.

    Arlen, tras acercarse a ellos, dejó caer su capa mojada sobre el respaldo de una silla. Sus ojos recorrieron la mesa, observando los rostros familiares. Cassia levantó la vista, con la ceja arqueada.

    —¿Y tú qué piensas, Arlen? ¿Otro sermón sobre qué deberíamos hacer?

    —Vi algo en la muralla esta mañana —dijo él, directo. Sus palabras cortaron la conversación al instante.

    Cassia dejó el arco en la mesa, inclinándose ligeramente hacia él.

    —¿Otra de tus visiones, quizás? —preguntó, con un tono lleno de sarcasmo.

    —Algo se movía en la niebla —insistió el escudero, ignorando el comentario—. Era grande.

    Roldán dejó el pan y se cruzó de brazos.

    —¿Estás seguro? No me malinterpretes, pero la niebla juega malas pasadas en la muralla.

    —Lo vi, Roldán —dijo Arlen, con la mandíbula tensa—. No me lo imaginé.

    Keon se enderezó, empujando los anteojos hacia arriba con un dedo.

    —¿De qué tamaño? —preguntó, sin levantar mucho la voz mientras miraba fijamente a los ojos de su compañero.

    —Demasiado grande para ser un hombre. Quizás un animal. No lo sé.

    El silencio cayó sobre el grupo. Cassia fue la primera en romperlo.

    —¿Y ahora qué? ¿Vas a marcharte más allá de la muralla solo? —Su sonrisa volvió, pero esta vez era más una mueca que otra cosa—. Los soldados no te dejarán abandonar la fortaleza.

    Antes de dar tiempo a Arlen para responder, una figura apareció tras él. Sir Duncan, con su mano apoyada sobre la empuñadura de su espada, se acercó a la mesa. Su rostro, severo e inmutable, parecía tallado en piedra.
    —Nadie irá a ninguna parte —dijo, clavando la mirada en Arlen—. Lo que viste puede esperar hasta que tengamos más información.

    El muchacho se giró hacia él, frustrado.

    —¿Y si no puede esperar?

    Duncan lo miró, con una expresión imperturbable.

    —Si sales de la fortaleza sin permiso, tendrás un castigo que no olvidarás. Lo que viste, si es real, puede ser preocupante, pero no tanto como para actuar sin pensar.

    Arlen salió del salón con esas palabras resonando en su mente. Afuera, la bruma del valle parecía más espesa que nunca.

Gracias por estar aquí,

Un saludo

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