lunes, 24 de febrero de 2025

EL DEBATE. Relato inspirado en La Leyenda de los Cinco Anillos

El Debate

Relato inspirado en La Leyenda de los Cinco Anillos


"El Debate" es un relato inspirado en el universo de La Leyenda de los Cinco Anillos, un mundo de fantasía oriental donde el honor, la tradición y la intriga se entrelazan en cada palabra y cada gesto. Ambientado durante el prestigioso Campeonato Topacio en el Palacio Kakita, este episodio nos sitúa en la prueba de debate, un duelo verbal donde el acero de la razón sustituye a la katana.



Relato completo

    El Palacio Kakita se alzaba imponente, rodeado de jardines cuidados de forma meticulosa. Desde la entrada principal, una larga avenida flanqueada por árboles de cerezo en flor guiaba a los visitantes hacia los altos portones de madera reforzados con bronce. Bajo los pies, el crujido de la grava anunciaba la llegada de los aspirantes al torneo mientras los pétalos caídos impregnaban el aire con un aroma dulzón.

    El Campeonato Topacio era una competición de tres días, donde jóvenes de distintos clanes demostraban su virtud en las habilidades que todo samurái debía dominar. Superar estas pruebas simbolizaba el paso a la edad adulta. Para Kitsuki Shuro, el Palacio Kakita representaba tanto un escenario de aprendizaje como un campo de batalla donde debía demostrar cómo el Clan Dragón podía sobresalir más allá de sus montañas.

    Al cruzar el umbral, se abría un patio amplio adoquinado; allí algunos samuráis jóvenes practicaban katas. Los muros alrededor del palacio eran de piedra pulida; su decoración, con intrincados relieves en madera de ciprés, mostraban grullas alzándose en vuelo. Sobre ellos, los tejados curvos de un azul intenso brillaban bajo el sol.

    En el interior del palacio la luz, al atravesar los paneles de papel de arroz, creaba un brillo suave sobre el suelo de tatami. Los pasillos eran amplios, con paredes adornadas por pergaminos caligrafiados y paisajes montañosos. El aire, con perfume de incienso, envolvía el lugar en una fragancia floral.

    Shuro caminó por una galería que bordeaba un jardín interior, un espacio diseñado con rocas cubiertas de musgo, arbustos podados con precisión y un pequeño puente de madera para cruzar un arroyo cristalino. El sonido del agua corriente se mezclaba con el canto de los pájaros, creando un refugio de calma; el joven investigador lo agradeció, antes de afrontar la prueba que lo aguardaba.
    Al llegar a la sala de debates, los aspirantes eran distribuidos en filas precisas sobre tatamis, dispuestos como piezas en un tablero de go . Frente a ellos, en el escenario, se encontraba Bayushi Kachiko, la jueza del Clan Escorpión, quien dominaba la sala como la comandante de una batalla.

    La luz en la estancia parecía viva; se filtraba a través de los paneles de papel de arroz como si danzara entre las fibras, creando un juego de claroscuros que acariciaba las superficies. Un quemador de incienso puesto de forma estratégica liberaba un aroma dulce, amaderado, envolviendo el ambiente en una atmósfera que oscilaba entre lo sagrado y lo opresivo.

    El sonido era un protagonista silencioso. Más allá del suave crepitar del incienso y el roce de las telas, el espacio parecía amplificar los susurros. Los tatamis bajo las rodillas de Shuro se sentían firmes, pero su textura rugosa contra las palmas de sus manos era un recordatorio de la dureza de las pruebas que afrontaría durante el torneo.

    Bayushi Kachiko, avanzó entre los aspirantes, con movimientos tan fluidos como el humo escapando de un quemador. Su vestido de seda negra, con detalles escarlata, parecía deslizarse sobre el suelo. Cuando habló, su voz era melodiosa, enigmática.

    —Samuráis, el honor y la astucia se reflejan tanto en las palabras como en la espada. Hoy evaluaremos su comprensión de la vida cortesana. Los enfrentamientos dialécticos no solo probarán su conocimiento, sino también su temple.

    Shuro sintió un escalofrío recorrerle la espalda, cuando Kachiko anunció el tema que le correspondía defender: los matrimonios concertados; recordaba el peso de las expectativas de su padre. Frente a él, Iuchi Dojiro, una joven shugenja del Clan Unicornio, quien debía defender el amor verdadero, estaba nerviosa. Sus manos, retorcidas en un gesto repetitivo, y sus ojos, llenos de tristeza, no pasaron desapercibidos para Shuro.

    Cuando el joven investigador habló, su tono fue firme, pero cada palabra pesaba como si fuera plomo.

    —Los matrimonios concertados son los cimientos sobre los cuales se construye la estabilidad del Imperio. Son acuerdos; garantizan alianzas estratégicas, asegurando el equilibrio entre las grandes casas. Aunque el amor puede florecer después, la unión debe servir primero al clan y luego a los individuos.

    La voz de Dojiro tembló al responder, mas no le faltó sinceridad.

    —El amor verdadero es raro, pero no por ello menos valioso. Aunque algunos matrimonios concertados resultan exitosos, ¿cuántos samuráis sufren en silencio, atrapados en una obligación que consume sus almas? El amor, cuando se encuentra, debería ser celebrado, no sacrificado en nombre de la política.

    Mientras hablaba, las lágrimas comenzaron a descender por sus mejillas como ríos cuando desbordan un dique. Shuro apartó la mirada por un instante, no por desdén, sino por la intensidad del momento.

    El silencio posterior fue casi tangible. Cada aspirante contenía la respiración, hasta los susurros parecían haber sido tragados por las sombras. Bayushi Kachiko dejó extenderse el instante, degustando la tensión antes de hablar.

    —Kitsuki-san, vuestra lógica es implacable. —Su voz, melódica y cruel al mismo tiempo, se deslizó por la sala como un cuchillo afilado—. Declaro vuestra victoria.
    Mientras el siguiente debate comenzaba, con nuevos aspirantes ocupando sus lugares en el centro de la sala, Shuro sentía como la realidad a su alrededor se desvanecía. Cada lágrima derramada por Dojiro durante su enfrentamiento se grabó en su mente como una espina cuando se clava, un recordatorio de la verdad ignorada al defender los matrimonios concertados. Con cada palabra pronunciada, no solo derrotó a su oponente; también traicionó una parte de sí mismo.

    Sus ojos se desviaban una y otra vez hacia Dojiro. La joven había regresado a su lugar con una pose rígida, intentando recomponer su compostura, pero sus manos, tensas sobre sus rodillas, y el leve enrojecimiento de sus ojos la traicionaban. Los murmullos de los demás aspirantes e incluso la melodiosa voz de Kachiko se convirtieron en un eco distante, un ruido apagado, como si un muro invisible lo separara del mundo.

Gracias por leer,

Un saludo

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