lunes, 13 de enero de 2025

EL VALLE OLVIDADO. Relato de fantasía oscura

El Valle Olvidado


Relato de fantasía oscura

Un valle envuelto en bruma. Un explorador endurecido. Un eco que no pertenece al mundo de los vivos.
"El Valle Olvidado" es un relato de fantasía oscura que te sumerge en un escenario opresivo. Osric, acompañado únicamente por su perro Max, desciende a una cueva donde cada sonido retumba como una amenaza y cada sombra parece tener vida propia.
Este relato breve, pero cargado de tensión, es ideal para los amantes de las ambientaciones inquietantes y los horrores latentes.



Relato completo


    Osric avanzaba con pasos medidos. Su respiración, cortada por el frío, brotaba en nubes blancas que se deshacían en el aire. Frente a él, el valle Olvidado se extendía como una garganta oscura al engullir la poca luz restante del día. La niebla lo tapaba todo, abrazándolo con una humedad pegajosa, como si un sudario intentara ahogar el paisaje. No había colores, ni sonidos. Solo un vacío que pesaba en el alma de quienes se atrevían a cruzarlo. 

    El explorador era un hombre endurecido por los años. Sus manos, agrietadas y callosas, estaban acostumbradas a sostener armas y herramientas por igual. Cada cicatriz en su piel contaba una historia de supervivencia. Su rostro, que rara vez mostraba emoción, era un mosaico de líneas marcadas por el viento y el sol. Pero aquí, en el valle, sus ojos grises y sombríos como un cielo a punto de romperse en tormenta, reflejaban algo inusual en él: tensión. 

    Max, su perro, caminaba a su lado. Un animal compacto, fuerte, con patas diseñadas para sortear cualquier terreno. Su pelaje negro estaba salpicado de manchas grises, como si la niebla hubiera decidido quedarse atrapada en él. Sus ojos, brillantes y atentos, eran faros en la penumbra. La cola, habitualmente alta y firme, ahora colgaba baja, como si el mismo valle hubiera robado su confianza. 

    Al llegar a la cueva, Osric se detuvo. La entrada era un arco irregular de roca negra. Grietas profundas surcaban la superficie, como venas petrificadas. Desde el interior, un olor extraño flotaba en el aire, algo entre humedad y carne podrida. Max gruñó. El explorador, sin decir nada, tras encender una antorcha dio un paso al frente. 

    La luz reveló un suelo cubierto de barro resbaladizo. Las botas del explorador hundían su peso en la capa blanda, mostrando huellas que se llenaban lentamente de agua. Max caminaba con cautela, dejando marcas en el lodo espeso. Osric miró alrededor. Las paredes de la cueva parecían sudar. Las gotas recorrían la roca, reflejando destellos naranjas de la luz. El sonido del agua cayendo desde las estalactitas marcaba un ritmo irregular. 

    El eco de sus pisadas resonaba como un golpe sordo, amplificado por la caverna. Avanzaron lentamente, mientras la luz de la antorcha iluminaba una senda sinuosa como una serpiente. El barro dio paso a rocas lisas, resbaladizas al tacto. 

    Las paredes se estrecharon, forzándolo a girar de lado para pasar. Sus hombros rozaron la roca fría. Un olor más intenso se mezclaba con la humedad, algo metálico, agrio. Osric se detuvo, levantando la antorcha. La cueva se ensanchaba delante de ellos. Un paso más, y el suelo desapareció. El explorador retrocedió al borde de una hondonada. Desde arriba, la luz de la antorcha apenas alcanzaba a revelar el fondo. El aire estaba más denso aquí. Caliente, a pesar de la humedad. El eco de su respiración parecía multiplicarse. Osric dio un paso atrás, intentando ajustar sus ojos al espacio. 

    Max ladró, cortando el silencio. El sonido rebotó en las paredes y volvió a ellos. Osric levantó la antorcha más alto. Allí estaban. Decenas, no, cientos de formas redondeadas. Algunas eran tan grandes como un barril. Otras, más pequeñas, apenas se distinguían entre las sombras. La luz de la antorcha hacía que parecieran brillar, translúcidas y húmedas. 


    El explorador tragó saliva. Sus dedos se cerraron sobre la empuñadura de su espada. Dio un paso hacia adelante, inclinándose para ver mejor. Un barro oscuro cubría el suelo de la hondonada. Las formas se extendían hasta donde alcanzaba la vista. «¿Huevos?, podían serlo», pensó. 

    Max gruñó de nuevo. Sus músculos se tensaron, enseñó sus dientes. Osric intentó calmarlo con un murmullo, pero su propia voz temblaba. Algo en el aire había cambiado otra vez. Un sonido, bajo y constante, como un zumbido, se filtraba desde el interior de la cueva. El explorador dio otro paso atrás y una piedra rodó hacia el fondo de la hondonada, hasta chocar contra algo duro. El zumbido se detuvo. 

    Un crujido resonó, seco y fuerte. Luego otro, más cercano. Las sombras se movieron. Algo se alzó desde el fondo. Una criatura oscura e irregular, como si no estuviera completamente formada. Ojos amarillos se encendieron en la penumbra. No eran humanos. 

    Cuando Osric retrocedió sus pies resbalaron en el barro.

    —¡Max, vámonos! —gritó, y su voz resonó con un eco infinito. 

    Giró y corrió. Max lo siguió, ladrando sin parar. El aire parecía más pesado, como si la cueva misma intentara retenerlos. La antorcha parpadeaba, amenazando con apagarse. Las sombras detrás de ellos crecían, se alargaban, y los perseguían de forma implacable. 


    El eco de pasos que no eran los suyos llenó la cueva. El zumbido había regresado, más fuerte, más insistente. Cada sonido parecía golpearlo en el pecho. Max corrió a su lado, sus ladridos mezclándose con el ruido ensordecedor. 

    El explorador vio la salida de la cueva como un punto de luz distante. No pensó, solo corrió. Sentía su corazón en la garganta, su respiración agitada. Max pasó por la entrada primero, levantando polvo en la tierra seca con sus patas. 

    Osric tropezó al cruzar y cayó de rodillas. La niebla lo envolvió de nuevo, fría, silenciosa. Max seguía ladrando, sus ojos fijos en la entrada. Desde el interior, el zumbido continuaba, junto con el eco de pasos que no eran humanos. 

    Osric se levantó. Su cuerpo temblaba, pero sus piernas lo obligaron a caminar. 

    —Vamos, Max —susurró, como si temiera que algo lo escuchara. 

    El perro lo siguió, pero su mirada nunca dejó de vigilar la cueva. Debía avisar en la muralla, intentarlo. No obstante, mientras se alejaban, el sonido de pasos comenzó a seguirlos desde la cueva. La niebla los devoró, dejando solo el eco de un grito: no se sabía si era humano o de algo mucho peor.


Espero que te guste

Un saludo

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