La invasión alienígena
Relato de ciencia ficción apocalíptica
Un meteorito. Una colmena. Una humanidad obligada a improvisar. “La invasión alienígena” narra el colapso del mundo tal y como lo conocemos cuando un impacto en Bolivia no trae solo destrucción, sino una especie depredadora que arrasa ejércitos y devora ciudades. Ante la derrota militar, la ONU recurre a lo impensable: reclutar civiles y lanzarlos al frente con un adiestramiento mínimo, mientras la ciencia intenta descifrar cómo detener el avance.
Relato completo
Al principio, el meteorito estrellado en Bolivia solo parecía haber provocado un potente terremoto y daños materiales. Sin embargo, cuando los científicos fueron a investigar la roca espacial, no sobrevivieron al ataque de los alienígenas que viajaban en su interior.Estos extraterrestres tenían un cuerpo dividido en dos partes, similares a los arácnidos, con ocho patas motoras y una cabeza grande parecida a la de un tigre de Bengala. Cuatro colmillos enormes sobresalían en una boca llena de dientes afilados. Además, un exoesqueleto blanquecino les proporcionaba cierta protección balística.

Durante las primeras semanas de combates, las tropas militares de la tierra fueron diezmadas; los reservistas tomaron el relevo. Las Naciones Unidas resolvieron seleccionar grupos de civiles para enfrentarse a la amenaza alienígena, cuyo avance seguía por todo el planeta. Tras un curso semanal de adiestramiento militar, serían enviados a reforzar a los batallones de soldados que estaban evacuando a los supervivientes civiles hacia instalaciones militares fortificadas, donde los científicos trabajaban contrarreloj para encontrar una manera de eliminar al enemigo.
Adam, seleccionado en el grupo D, era delgado, con visibles ojeras, barba de varios días y cabello despeinado. Cuando el sargento le entregó un traje de camuflaje militar, sudaba copiosamente; apenas pudo tartamudear su nombre. Antes del ataque, era un investigador especializado en energía geotérmica; ahora debía ir a luchar sin apenas saber disparar. Su esposa falleció durante la evacuación de Washington y pensaba que pronto se uniría a ella.
Al desplegarse en la zona asignada, su unidad recibió instrucciones de búsqueda y rescate de civiles. Adam avanzó cauteloso por las calles; coches volcados, restos de militares esparcidos por el suelo… Le temblaron las manos. Estuvo a punto de disparar accidentalmente su fusil, pero por suerte, otro compañero había puesto el seguro al arma; le explicó que solo debía quitarlo en caso de ataque.
Llegaron a un hospital; según las señales térmicas, aún había dos personas con vida. Los rastros de sangre, cristales rotos y restos humanos hicieron vomitar a varios reclutas, incluido Adam. Subieron una escalera metálica hasta llegar a un laboratorio de análisis donde encontraron atrincherados a un médico y una enfermera.
Cuando salieron del edificio, la unidad fue emboscada por una horda enemiga. El antiguo investigador, escondido en un contenedor de desperdicios químicos que enmascararon su olor, escuchó sin mover ni un músculo como las criaturas devoraban a los miembros de su unidad. A los pocos minutos, unos vehículos blindados, provistos de grandes cañones, tras dispersar a los alienígenas recogieron a tres reclutas supervivientes, entre ellos Adam, y a la traumatizada enfermera.
Un avión de carga los recogió para trasladarlos al centro militar de Houston, al mayor laboratorio científico donde se estudiaba a los alienígenas. Durante el viaje, el investigador tenía la respiración entrecortada y una creciente ansiedad por su comportamiento durante el combate. Los otros reclutas supervivientes —Jacob, un veterano cazador, y Chris, un guardia de seguridad— intentaron reconfortarlo, recordándole que él no era un combatiente.
A pesar de sus palabras de ánimo, Adam no pudo conciliar el sueño por los remordimientos. Muchos reclutas de la unidad no eran soldados pero plantaron cara a los monstruos para salvar a los supervivientes. Al llegar al centro fortificado, Jacob y Chris fueron asignados a la unidad M, donde recibirían un adiestramiento militar más complejo; Adam fue trasladado al laboratorio.
Durante las siguientes dos semanas, el investigador apenas durmió: trabajaba sin descanso con el resto de los científicos en el estudio de la fisionomía y fisiología de los alienígenas. Sabían que las criaturas se reproducían de manera similar a una colmena, en la cual la reina pone los huevos, pero no la encontraron al bombardear la zona donde cayó el meteorito en los primeros combates.
En los siguientes días, hicieron un descubrimiento: para poner los huevos, la reina necesitaba un lugar con calor constante. Además, encontraron ceniza volcánica en las patas de los alienígenas estudiados y un punto débil que, presionado con fuerza, impedía la movilidad de los monstruos. Gracias a sus conocimientos geotérmicos, Adam dedujo que las criaturas habían trasladado a la reina a un lugar con las condiciones óptimas para la reproducción de su especie: el volcán Uturuncu, situado a escasos kilómetros de donde cayó el meteorito.
Un bombardeo aéreo no serviría: al escanear la zona, observaron que los alienígenas habían perforado el interior del volcán y se encontraban a gran profundidad. Las fuerzas militares idearon una distracción en el exterior del Uturuncu para atraer a la mayor cantidad posible de monstruos, mientras la unidad M, acompañada por tres científicos expertos en geotermia, entre ellos Adam, entrarían por los túneles y detonarían una bomba para acabar con la reina.
Durante la misión, se perdieron muchos soldados, pero Jacob y Chris consiguieron colocar las cargas explosivas en el nido. Sin embargo, la reina intentó salir a través del túnel tomado por los militares; los pocos restantes no pudieron contenerla. Adam, en lugar de huir o retroceder, corrió hacia la boleadora instalada en el acceso al túnel y descargó toda la munición sobre la reina.

La mayoría de los impactos fueron repelidos por el exoesqueleto quitinoso de la criatura, pero una boleadora golpeó el punto crítico en una de sus patas, produciéndole una parálisis; la reina cayó sobre sus apéndices. Apenas a un metro de Adam, lo amenazaba con sus fauces y gruñidos. Al científico le temblaban las piernas y las manos, pero había frenado al enemigo. Finalmente, Jacob, Chris y tres soldados más aparecieron; antes de detonar el interior del volcán, abatieron al monstruo.
En los meses siguientes, la humanidad acabó con los alienígenas, desorientados sin las instrucciones de su reina. La victoria se había logrado, y Adam formaba parte de ella.
En los meses siguientes, la humanidad acabó con los alienígenas, desorientados sin las instrucciones de su reina. La victoria se había logrado, y Adam formaba parte de ella.
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