jueves, 13 de noviembre de 2025

LA TORMENTA DE ARENA. Relato de ciencia ficción - Virus "Parasis" III

La tormenta de arena

Relato de ciencia ficción - Virus "Parasis" III


La supervivencia en Marte pende de un hilo cuando una tormenta de arena atrapa a la unidad de exploración. En este nuevo episodio de la serie “Virus Parasis”, Lily y su equipo deben abrirse paso entre la violencia del planeta rojo y sus propios miedos. Tras un accidente, deben luchar por alcanzar un refugio antes de que todo desaparezca bajo la arena.



Relato completo

    La tormenta oscureció el horizonte como una muralla roja, envolviendo el buggy en un manto de arena. El ruido del viento aumentó, para transformarse en un rugido ensordecedor. Lily observó por el cristal de su casco la extrema palidez de Daniel, quien se aferraba con ambos brazos a la barra de seguridad. Su rostro estaba desencajado y sus balbuceos eran audibles a través del comunicador.

    La joven cadete se fijó en como el instructor Chris intentaba mantener el control del buggy al volante. Aunque la tormenta los había tomado por sorpresa, el veterano marine no mostraba signos de perder la calma, aunque la visibilidad se había reducido drásticamente: las luces del vehículo apenas penetraban la densa cortina de polvo.

    Minutos antes de salir de la base Terminus, les comunicaron que los sensores no habían detectado tormentas en su sector, pero el planeta rojo les deparaba una desagradable sorpresa. «Marte es implacable», pensó Lily.

    Los sistemas del buggy comenzaron a fallar bajo el asalto constante de la arena. Los filtros de aire se saturaron, el motor comenzó a perder potencia. El polvo fino, abrasivo, al colarse en cada rendija afectaba los sistemas electrónicos y mecánicos.
    —¡Algo no va bien! —gritó Chris, mientras el vehículo comenzaba a moverse de forma errática.

    —Intenta acercarte a la entrada de las cuevas —ordenó el capitán Ethan, mientras señalaba unas formaciones oscuras apenas visibles a través de la cortina de arena.

    —¡Agarraos fuerte! —dijo el instructor; giró el volante con rapidez.

    La tormenta golpeó al buggy con furia, envolviéndolo en un torbellino cegador que hizo vibrar la estructura del vehículo. Lily se aferró con fuerza a la barra de seguridad. «¿Lograremos sobrevivir? Tengo miedo, pero no puedo perder el control como Daniel», pensó.

    —¡Cuidado a la derecha! —gritó Ethan al ver una sombra oscura aparecer frente a ellos.

    Chris intentó maniobrar, pero la advertencia llegó demasiado tarde. El buggy chocó de frente; el metal crujió al doblarse con el golpe. Los marines fueron lanzados contra sus arneses. Lily sintió un dolor inmediato en el costado y como si le faltara el aire. Sus sentidos estaban embotados, sus compañeros apenas se movían en sus asientos.

    El buggy quedó inmóvil, medio enterrado. La tormenta continuaba enfurecida alrededor, con el viento aullando y la arena golpeando sin cesar. Tras unos segundos que parecieron horas, se escuchó la voz del capitán por los comunicadores.

    —¿Estáis todos bien? —preguntó Ethan mientras intentaba desacoplar la barra de seguridad.

    —Estoy atrapado —dijo el sargento Chris, con el ceño fruncido.

    —Dolorida por el impacto, pero creo que no me he roto nada —afirmó Lily; levantó la barra de seguridad para poder moverse dentro del vehículo.

    —¡Vamos a morir! —gritó Daniel; su respiración era agitada.

    —¡Cállese, doctor! —ordenó Chris—. No quiero oírle más.

    —¿Lily, puedes alcanzar el maletín del soplete láser? —preguntó Ethan—. Necesitamos soltarnos cuanto antes si queremos alcanzar las cuevas.

    La joven estiró su cuerpo hacia el maletero, donde se encontraba el hábitat portátil y las mochilas de equipamiento. Notó una punzada de dolor en las costillas; tanteó con la mano hasta alcanzar la caja donde se encontraba el soplete láser. La tormenta estaba cubriendo el vehículo con un manto de arena: en pocos minutos, quedarían sepultados para siempre.

    «Debo cortar las barras de seguridad de mis compañeros o no sobreviviremos», pensó Lily. Agarró con fuerza el soplete para evitar que le temblara el pulso y se centró en realizar un corte preciso en los cierres. Un sudor frío le bajaba por la cara mientras el rugido del viento seguía atormentando su mente. Tras un par de minutos interminables, consiguió liberar al resto del equipo.

    —Gracias, cadete —dijo Ethan, mientras dirigía una sonrisa cómplice al instructor Chris.

    Lily observó como el capitán triangulaba su posición con el GPS planetario instalado en su traje, mientras el sargento terminaba de cortar las barras de seguridad.

    —A unos doscientos metros tenemos la entrada de una cueva —dijo Ethan; señaló la dirección a seguir, aunque solo se veía el manto de arena que envolvía el buggy—. Utilizaremos las barras como bastones para evitar ser arrastrados por la tormenta.

    —Acoplad un maletín a vuestro traje cuando salgamos —ordenó Chris con gesto serio—. Por desgracia, no podemos transportar el hábitat debido a su peso.

    El equipo salió por la puerta del copiloto, que aún no estaba enterrada en la arena. El viento ensordecedor producía una molesta estática en las comunicaciones del casco. Con un gesto, el instructor les indicó desconectarlas. «Por suerte no me salté ninguna de las clases de signos, porque a partir de ahora vamos a comunicarnos así», pensó Lily.

    La cadete se tambaleó al salir del buggy destrozado, mientras la arena golpeaba su traje con una fuerza implacable. Agarró la barra de metal, para adaptarla como un bastón improvisado. Cada paso era una batalla, sus pies se hundían en la arena suelta mientras el viento intentaba derribarla. Sus compañeros avanzaban a su alrededor como figuras borrosas en la tormenta. El dolor en los músculos aumentaba con cada paso, pero no se detuvo.

    La joven enfocó su mente en alcanzar el objetivo. Era su única esperanza, pues la tormenta amenazaba con tragarlos. Cada metro ganado era una pequeña victoria, pero la cueva parecía estar siempre fuera de alcance. Su cuerpo protestaba y cada movimiento era un acto de pura voluntad.

    Después de lo que pareció una eternidad, la caverna se manifestó en su campo de visión. Una sombra oscura en medio del caos rojo. Lily sintió una oleada de alivio; apuró el paso, con sus fuerzas casi agotadas.
    Finalmente, alcanzó la entrada de la cueva. Tropezó al cruzar la estrecha abertura; cayó de rodillas en el suelo rocoso. Sus compañeros la siguieron; se derrumbaron exhaustos a su lado. Lily respiró profundamente: habían sobrevivido a la tormenta.

Gracias por leer,

Un saludo

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