Una misión rutinaria
Relato de ciencia ficción cyberpunk, ambientado en Cyberpunk 2020
Night City, neón, pistolas y seis segundos para hacerlo todo bien.
En este relato ambientado en el universo de Cyberpunk 2020, seguimos a Cassandra, una mercenaria veterana del ejército que ahora trabaja por libre en las calles saturadas de anuncios y corrupción de Night City. Lo que para las corporaciones es solo un “asunto interno” se convierte para ella en una misión quirúrgica: extraer a Bruno Guimaraes, hijo de un ejecutivo de Red-Cab, de un tren lev-mag abarrotado y vigilado por pandilleros de La Garra del Tigre.
Relato completo
Cassandra caminaba bajo la sombra de las frías torres de cristal de la empresa Demitrov, una firma internacional de abogados en expansión que había adquirido tres edificios adyacentes el verano pasado. Al llegar al cruce, esperó a que los sensores visuales y auditivos detuvieran el tráfico rodado y cruzó la calle en dirección a la estación.Un cartel holográfico con las siglas NCART en rojo brillante, sobre unas amplias escaleras de hormigón, señalaba la estación del distrito centro. Grupos de jóvenes con cazadoras de cuero claveteadas se mezclaban con funcionarios recién salidos del ayuntamiento y frikis cuya ropa cambiaba de color a cada paso.

El Transporte Rápido del Área de Night City (NCART) proporcionaba servicio de tren lev-mag a toda el área metropolitana y la estación central era una de las más concurridas a cualquier hora. Cassandra tuvo que abrirse paso a codazos en su ascenso por la escalera para llegar hasta el arco detector de metales, mientras conectaba el dispositivo telefónico codificado de su ciberaudio.
—Hola, Cass, ¿qué tal todo? —preguntó una voz distorsionada que solo sonaba en la mente de la chica.
—Bien. Te llamo porque necesito un hacker —respondió sin mover los labios—. Tengo que recuperar a un objetivo, que llegará en el próximo tren, y ponerlo a salvo. Como siempre, te pagaré la tarifa estándar.
—Perfecto. Ingresa la mitad ahora y el resto cuando hayas terminado la misión —añadió la voz metálica—. ¿Cuál es el objetivo?
—Bruno Guimaraes —contestó Cass mientras introducía su Colt AMT 2400 en el compartimento de armas y cruzaba bajo el arco de detección de metales y explosivos.
—El chico es hijo de un ejecutivo de la empresa de taxis Red-Cab —dijo el hacker—. Además, han puesto un aviso y toda la flota de coches busca al muchacho mientras realizan los trayectos por la ciudad.
—Estoy mirando su biomonitor y se está acercando a la estación —comentó Cass mientras recogía su arma—. Te paso las coordenadas y me dices quién lo retiene y qué posibles contratiempos ves para la extracción a través de las cámaras del vagón.
El andén era el típico bloque de hormigón, con unos cuantos bancos del mismo material moldeado dispersos aquí y allá. En la esquina sur había un puesto de limpiabotas junto a una pequeña barbería y, en el lado contrario, un quiosco con cartas de realidad virtual, chips de memoria, libros digitales y merchandising de la empresa de transportes y de la propia Night City.
—Qué bueno, han vuelto a modificar el firewall de sus servidores por segunda vez este año —dijo el hacker entre risas.
—¿Algún problema? —preguntó Cass mientras su cabello rubio cambiaba a un pelirrojo fuego.
—Para un maestro en la red neuronal como yo es un simple contratiempo —añadió la voz metálica—. Ya tengo visual y está sentado en el vagón doce, acompañado por tres pandilleros de La Garra del Tigre.
Cassandra había servido durante dos años en las fuerzas armadas, pero, debido a la corrupción en el cuerpo, decidió abandonar y empezar su carrera como mercenaria independiente en un grupo de cyberpunks. Con el tiempo, las misiones se volvieron cada vez más complejas y varios miembros del equipo, incluido su novio, murieron. A partir de ese momento, decidió trabajar sola, con la ayuda de un enlace externo, y seleccionar los encargos de forma minuciosa y racional.
El lev-mag se deslizó suavemente por la estación desde el lado norte, con sus líneas angulares y afiladas que mejoraban su aerodinámica. El logotipo rojo de la empresa destacaba sobre un diseño gris oscuro con un acabado brillante, que daba al vehículo una apariencia moderna y elegante. Al detenerse, las puertas automáticas se abrieron y se produjeron los habituales empujones entre quienes salían y entraban en los vagones.
Cass se abrió paso con facilidad para subir al vagón 11 del lev-mag gracias a los injertos musculares que le habían implantado durante su estancia en el ejército y que aumentaban considerablemente su fuerza y resistencia. Mientras avanzaba hacia el siguiente vagón, sus ojos cambiaron a un tono verde jade y en su holochaqueta apareció un dragón oriental, mientras su vestimenta adquiría distintas tonalidades rojizas a juego con su nuevo color de pelo.
El interior del vagón estaba iluminado por brillantes luces LED y los holoanuncios mostraban información del recorrido, advertencias sobre la prohibición del uso de armas durante el viaje y publicidad personalizada. Habría unos cincuenta asientos y todos estaban ocupados. El resto de pasajeros, compuesto en su mayoría por estudiantes universitarios, se sujetaba como podía a las barras verticales y horizontales distribuidas a lo largo del vagón. Cassandra también observó a varios ejecutivos con trajes caros, algún rockero plagado de tatuajes escuchando música a todo volumen, guardaespaldas de mirada hostil, informantes pasando datos a través de sus conectores de interfaz y, por supuesto, pandilleros fácilmente identificables por sus parches, tatuajes y forma de vestir.
Tardó unos segundos en localizar a su objetivo y conectó su ciberaudio para atenuar el nivel de ruido. Bruno era un joven con traje de diseño que miraba furioso a tres pandilleros. Uno de ellos era un hombre robusto, vestido con una camiseta sin mangas que dejaba a la vista sus tatuajes tribales. El segundo era un joven delgado, con el pelo corto teñido de verde, y la tercera, una mujer con chaqueta de cuero con el logo de la banda y varios cuchillos arrojadizos.
—En cuanto te avise, haz un bucle con la cámara del vagón durante unos seis segundos —dijo Cass a su enlace a través de su codificador mental.
—Estoy seleccionando las imágenes para que no se note tu intervención —dijo el hacker—, así que, cuando actúes, debes dejarlos en la misma posición que en la imagen que te estoy mandando.
Cass esperó a que el lev-mag llegara a la siguiente estación y abriera sus puertas antes de activar su potenciador de reflejos Sandevistan, que aumentaba su velocidad de forma sobrehumana durante un minuto. De repente, el tiempo se ralentizó y la mercenaria golpeó con precisión a los pandilleros sorprendidos, a los que dejó en sus asientos, inconscientes y en la posición exacta de la imagen recibida. A continuación, cogió a Bruno en brazos como si fuera un muñeco y bajó del vagón justo en el momento en que las puertas se cerraban tras ella.
—Un placer colaborar contigo. Esta tarde recibirás el resto del pago —dijo Cass mientras cambiaba de nuevo los colores de su pelo, ojos y vestimenta.
—Hola, Cass, ¿qué tal todo? —preguntó una voz distorsionada que solo sonaba en la mente de la chica.
—Bien. Te llamo porque necesito un hacker —respondió sin mover los labios—. Tengo que recuperar a un objetivo, que llegará en el próximo tren, y ponerlo a salvo. Como siempre, te pagaré la tarifa estándar.
—Perfecto. Ingresa la mitad ahora y el resto cuando hayas terminado la misión —añadió la voz metálica—. ¿Cuál es el objetivo?
—Bruno Guimaraes —contestó Cass mientras introducía su Colt AMT 2400 en el compartimento de armas y cruzaba bajo el arco de detección de metales y explosivos.
—El chico es hijo de un ejecutivo de la empresa de taxis Red-Cab —dijo el hacker—. Además, han puesto un aviso y toda la flota de coches busca al muchacho mientras realizan los trayectos por la ciudad.
—Estoy mirando su biomonitor y se está acercando a la estación —comentó Cass mientras recogía su arma—. Te paso las coordenadas y me dices quién lo retiene y qué posibles contratiempos ves para la extracción a través de las cámaras del vagón.
El andén era el típico bloque de hormigón, con unos cuantos bancos del mismo material moldeado dispersos aquí y allá. En la esquina sur había un puesto de limpiabotas junto a una pequeña barbería y, en el lado contrario, un quiosco con cartas de realidad virtual, chips de memoria, libros digitales y merchandising de la empresa de transportes y de la propia Night City.
—Qué bueno, han vuelto a modificar el firewall de sus servidores por segunda vez este año —dijo el hacker entre risas.
—¿Algún problema? —preguntó Cass mientras su cabello rubio cambiaba a un pelirrojo fuego.
—Para un maestro en la red neuronal como yo es un simple contratiempo —añadió la voz metálica—. Ya tengo visual y está sentado en el vagón doce, acompañado por tres pandilleros de La Garra del Tigre.
Cassandra había servido durante dos años en las fuerzas armadas, pero, debido a la corrupción en el cuerpo, decidió abandonar y empezar su carrera como mercenaria independiente en un grupo de cyberpunks. Con el tiempo, las misiones se volvieron cada vez más complejas y varios miembros del equipo, incluido su novio, murieron. A partir de ese momento, decidió trabajar sola, con la ayuda de un enlace externo, y seleccionar los encargos de forma minuciosa y racional.
El lev-mag se deslizó suavemente por la estación desde el lado norte, con sus líneas angulares y afiladas que mejoraban su aerodinámica. El logotipo rojo de la empresa destacaba sobre un diseño gris oscuro con un acabado brillante, que daba al vehículo una apariencia moderna y elegante. Al detenerse, las puertas automáticas se abrieron y se produjeron los habituales empujones entre quienes salían y entraban en los vagones.
Cass se abrió paso con facilidad para subir al vagón 11 del lev-mag gracias a los injertos musculares que le habían implantado durante su estancia en el ejército y que aumentaban considerablemente su fuerza y resistencia. Mientras avanzaba hacia el siguiente vagón, sus ojos cambiaron a un tono verde jade y en su holochaqueta apareció un dragón oriental, mientras su vestimenta adquiría distintas tonalidades rojizas a juego con su nuevo color de pelo.
El interior del vagón estaba iluminado por brillantes luces LED y los holoanuncios mostraban información del recorrido, advertencias sobre la prohibición del uso de armas durante el viaje y publicidad personalizada. Habría unos cincuenta asientos y todos estaban ocupados. El resto de pasajeros, compuesto en su mayoría por estudiantes universitarios, se sujetaba como podía a las barras verticales y horizontales distribuidas a lo largo del vagón. Cassandra también observó a varios ejecutivos con trajes caros, algún rockero plagado de tatuajes escuchando música a todo volumen, guardaespaldas de mirada hostil, informantes pasando datos a través de sus conectores de interfaz y, por supuesto, pandilleros fácilmente identificables por sus parches, tatuajes y forma de vestir.
Tardó unos segundos en localizar a su objetivo y conectó su ciberaudio para atenuar el nivel de ruido. Bruno era un joven con traje de diseño que miraba furioso a tres pandilleros. Uno de ellos era un hombre robusto, vestido con una camiseta sin mangas que dejaba a la vista sus tatuajes tribales. El segundo era un joven delgado, con el pelo corto teñido de verde, y la tercera, una mujer con chaqueta de cuero con el logo de la banda y varios cuchillos arrojadizos.
—En cuanto te avise, haz un bucle con la cámara del vagón durante unos seis segundos —dijo Cass a su enlace a través de su codificador mental.
—Estoy seleccionando las imágenes para que no se note tu intervención —dijo el hacker—, así que, cuando actúes, debes dejarlos en la misma posición que en la imagen que te estoy mandando.
Cass esperó a que el lev-mag llegara a la siguiente estación y abriera sus puertas antes de activar su potenciador de reflejos Sandevistan, que aumentaba su velocidad de forma sobrehumana durante un minuto. De repente, el tiempo se ralentizó y la mercenaria golpeó con precisión a los pandilleros sorprendidos, a los que dejó en sus asientos, inconscientes y en la posición exacta de la imagen recibida. A continuación, cogió a Bruno en brazos como si fuera un muñeco y bajó del vagón justo en el momento en que las puertas se cerraban tras ella.
—Un placer colaborar contigo. Esta tarde recibirás el resto del pago —dijo Cass mientras cambiaba de nuevo los colores de su pelo, ojos y vestimenta.


No hay comentarios:
Publicar un comentario